El viaje más largo by Leonardo Padura

El viaje más largo by Leonardo Padura

autor:Leonardo Padura [Padura, Leonardo]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


En este viejo alambique Facundo Bacardí destiló el que llegaría a ser el ron más famoso del mundo. (Foto Ángel G. Baldrich.)

DE PUEBLO EN PUEBLO

LOS NACIMIENTOS DE EL COBRE

Cada mañana de su vida Hernando Núñez Lobo se despertaba con el presentimiento de que ese día iba a encontrar una mina de oro. Varios años atrás había salido de España, soñando con las riquezas del Inca, pero mientras esperaba un barco hacia tierra firme, se avecinó en la tórrida y pendenciera villa de Santiago de Cuba, donde una noche de copas y en el último resquicio de su lucidez, oyó contar a un indio la existencia de una montaña de metal amarillo y brillante. En silencio, desde el día en que es cuchó aquella fabulosa revelación, Hernando montaba su caballo y con el pretexto de estudiar la región, salía a registrar las entrañas de las numerosas lomas que envolvían la raquítica capital de la Isla.

Algún tiempo después de su primera incursión, una tarde imposible de agosto de 1544, Hernando Núñez Lobo, ya decidido a regresar a la villa, vio un reflejo que brotaba de la tierra para ir, directamente, a clavarse en su pupila. “Por Dios, al fin”, gritó el descubridor y lanzó su caballo hacia la pequeña elevación que le había enviado el rayo más esperado de su vida. Al cabo de tres horas, extenuado y con las manos desgarradas, el infatigable buscador comprendió que aquella montaña, en verdad, era de metal, pero que no había en su seno una onza de oro. Como lo demostraban las piedras extraídas y el río verde que corría muy cerca de allí, estaba sobre una mina de cobre.

Esa misma noche, ante el cabildo de la ciudad, Hernando declaró la existencia del yacimiento al tiempo que se despedía de sus amigos, pues se embarcaría hacia el Perú —donde la existencia de oro parecía más segura—, en el primer barco que entrara en la cercana bahía.

Siendo cobre y no oro, los españoles tuvieron que esperar seis años, hasta la llegada del famoso fundidor alemán Johan Tezel, para comenzar la prospección de las minas. El rubio Tezel, en compañía de varios españoles residentes en Santiago y una partida de indios y negros, comenzó al fin la extracción del mineral en la que sería la primera mina de cobre a cielo abierto del Nuevo Mundo. Sin embargo, el glorioso empeño no pasó de los experimentos iniciales debido a la muerte prematura del alemán, que se derrumbó agotado por el calor, mientras añoraba los fríos otoños de su Renania natal.

Aquel lugar, que pronto se llamaría Minas de Santiago del Prado, y mucho después El Cobre, cayó así en su primer olvido. Había nacido como un pueblo de mineros, perdido en la montaña y dividido por un río de aguas impotables, pero con el extraño designio de convertirse en el asiento de la batalla santoral y la batalla antiesclavista más trascendentes de la historia de Cuba.



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